Ayer tuve de nuevo la gran alegría de conversar largamente con un integrante del Proyecto Transgénero de Quito.
Este Proyecto está consistiendo materialmente en hacer funcionar una Patrulla Legal por las zonas de trabajo sexual trans y en la creación y mantenimiento de una Casa Trans para dar un hogar a travestis que carecían de él.
La Patrulla Legal asesora a las trabajadoras en un uso alternativo del Derecho que permita aprovechar todos los recursos jurídicos existentes en favor de los derechos de las travestis.
La Casa Trans, un milagro activista en sí misma, aunque de dimensiones todavía reducidas, está situada en un barrio de clase media de la capital, en el que se ha convertido en una bandera de la dignidad trans.
El contexto quiteño de la vida travesti era el habitual en América Latina: en medio de la pobreza e incluso la miseria de las grandes capas populares, trabajo sexual como opción casi obligada para sobrevivir incluso para muchas menores de edad, peligro real de muerte en el que muchas sucumben muy jóvenes, violencia y delincuencia y actitud policial que en vez de apoyar a las personas marginadas era de contribuir a la violencia contra ellas.
En esta situación, lo más creador del Proyecto Transgénero ha sido aprovechar el enorme potencial de cambio de la sociedad ecuatoriana para sumarse a los movimientos sociales, configurando una alianza con el de los indígenas, precisamente por el respeto secularmente vivo en sus culturas a las y los transexuales.
De esta manera se supera cualquier ensimismamiento de las travestis en nuestros problemas específicos, patentizando que sólo un cambio social y cultural generalizado cambiará las condiciones de la vida humana en América Latina.
En esta búsqueda de alianzas, es de esperar que el movimiento transgénero en Ecuador, conscientemente transfeminista, encuentre la solidaridad radical del feminismo humanista, y se integre plenamente en el movimiento GLTBI internacional, en el que ocupamos posiciones de vanguardia desde Stonewall.